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Laos, el país más bombardeado de la historia

En Luang Prabang, Laos, el ruido del silencio tiene un peso incómodo. En esta pintoresca ciudad, las salas del Museo UXO sobre material bélico sin explotar cuentan una de las tragedias más oscuras de la historia universal.

21/10/2025

Por Seba Ramallo

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En Luang Prabang, Laos, el ruido del silencio tiene un peso incómodo. En esta pintoresca ciudad de casas con fachadas de estilo francés, Patrimonio de la Humanidad (declarada por la UNESCO en 1995), las salas del Museo UXO sobre material bélico sin explotar cuentan una de las tragedias más oscuras de la historia universal y de la que se sabe muy poco.

Allí hay evidencias de lo que Estados Unidos ejecutó: una campaña sistemática de bombardeos secretos sobre Laos, entre 1964 y 1975, como parte de la Guerra de Vietnam, para interrumpir el abastecimiento entre ambos países a través de lo que se conoció como la 'Ruta Ho Chi Minh'. 

Estos bombardeos, encargados por la CIA, arrojaron más de dos millones de toneladas de bombas, haciendo de Laos el país más bombardeado per cápita de la historia

Más de 270 millones de bombas de racimo es el número estimado, desclasificado por el gobierno de los Estados Unidos años después del conflito en Indochina. Los cálculos oficiales estiman que los ataques aéreos en el territorio se producían cada 8 minutos, las 24 horas, durante los 9 años que duró la intervención yankee en la Guerra de Vietnam; que los locales llaman "Guerra contra los Americanos".

Muchas de estas bombas utilizadas desde los aviones bombarderos norteamericanos tenían la forma de un largo misil gordo, anchas como un tubo de GNC, que se abrían en el aire y de su interior salían cientos de municiones que caían como una lluvia de explosiones y destrucción.

El país del Tío Sam no solo bombardeó Laos: intentó borrar un país del mapa sin declararle la guerra. La mayor operación aérea encubierta de la historia fue, en realidad, una estrategia de exterminio social y simbólico. Detrás del verso anticomunista se escondía el experimento de un imperio que ponía a prueba su poder logístico y su capacidad para decidir quién vive y quién no, sin asumir ninguna consecuencia. Laos fue el laboratorio del cinismo moderno; un país convertido en un campo de pruebas para la industria militar norteamericana.

Las vitrinas del Museo UXO están llenas de lo que alguna vez llovió del cielo; bombas de racimo, restos de hierro retorcido, ametralladoras, morteros de todo tipo de calibre y casquillos como los que los chicos del campo siguen encontrando hoy en día mientras juegan. Esas “bomblets” —como las llaman— siguen matando o mutilando campesinos medio siglo después.




Todavía hoy quedan millones de bombas y submuniciones sin explotar (UXO) que siguen siendo de alto riesgo. Hasta un 25% de las 10.000 aldeas del país están afectadas por estos restos de la guerra, que se encuentran activos y con capacidad de daño, afectando principalmente a la población campesina y dificultando el acceso al trabajo en tierras fértiles y encareciendo considerablemente los procesos de desarrollo.

En 2016, Barack Obama fue el primer presidente estadounidense en visitar Laos. Durante una gira asíatica que incluyó la visita a otros países, el morocho meó culpas y prometió fondos para limpiar lo que su país había sembrado; habló de "cooperación" y de “mirar hacia adelante”. Lo aplaudieron. Pero las montañas del norte siguen plagadas de UXO (explosivos sin detonar) que impiden el buen uso de la tierra para sembrar arroz, abrir caminos o simplemente vivir sin miedo.

La indiferencia posterior es tan atroz como la cantidad de bombas arrojadas. La población laosiana sigue viviendo sobre un campo minado de racimos norteamericanos, mientras desde Washington ofrecen “ayuda humanitaria” con el mismo pulso con que antes soltaban napalm o Agente Naranja. La diplomacia del perdón es la nueva forma de dominación: limpiar la conciencia sin tocar el fondo del crimen. 

Como en un scketch de Capusotto (Juan Domingo Perdón) Obama pidió disculpas con sonrisa y micrófono en mano, pero no hubo reparación, ni juicio, ni memoria institucional. Solo marketing político y un cheque para barrer y desminar la tierra que ellos mismos sembraron de terror. Fondos que fueron suspendidos por la actual gestión del presidente Donald Trump.

El daño de Estados Unidos no termina en las bombas; es cultural, psicológico y global. Hollywood transformó el horror en entretenimiento, el verdugo en héroe y la invasión en argumento moral. Esa narrativa anestesió a su propia población que ya no distingue entre historia y ficción. Laos, Vietnam, Irak, Afganistán… todos fueron guiones previos de lo mismo. El de un imperio que necesita destruir para justificar su existencia. Lo que llaman “democracia” en su idioma, en el resto del mundo se llama ruina.

Caminar por el Museo UXO es sentir cómo la guerra nunca termina del todo. Y mientras Hollywood vende una fantasía con soldados sensibles como en Good Morning Vietnam, Rambo, Apocalipsis Now y otras tantas películas, la maquinaria que hizo posible ese horror sigue intacta. En los pueblos de Laos los niños aún juegan con la chatarra que cayó del cielo, cuando no por ello vuelan en pedazos. Mientras tanto, pasan los años pasan los jugadores y en Estados Unidos muchos ni saben dónde carajos queda Laos en el mapa del mundo.



Por Seba Ramallo, desde Luang Prabang, Laos